miércoles, 11 de febrero de 2009

La ducha

Allí estaba yo, ante la rendija que dejaba el marco y la puerta entreabierta de aquel cuarto de baño, mientras que ella se duchaba. La veía sensual, tranquila, era la verdad y el deseo en el mismo cuerpo, la suerte y la sensación en el mismo tiempo, limpiaba su alma, y su cuerpo gritaba en silencio entre aquellos pequeños chorros de agua templada.
La ventana daba toda la luz que necesitaba para observarla, y disfrutaba mientras ella suspiraba cada escalofrío, y cada cuidado o mimo a su piel, era subrayado por mi mirada espía, sincera e inocente.
Se puso casi de rodillas, casi sentada, y empezó a lavar su pelo. Jamás había olido un cabello así, era mejor que todas las esencias, que todos los premios y que todas las crines de bellos e imaginables caballos alados.
Así caía el agua en la bañera, espumosa del champú que te beso esa mañana, y quien sabe si limpiando ya la idea de no volverme a ver jamás. Acababa la mañana y empezaba algo más allá del vapor de tu ducha, algo más mágico que haber escrito en tu espejo una frase que jamás leerás y que llevo tatuada en la memoria.

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