jueves, 17 de diciembre de 2009

El despertador

“Esa mañana tenía que viajar y cuando abrió los ojos se dio cuenta de que el despertador estaba apagado, sus instintos tardaron cerca de medio minuto en ponerse en marcha. Su avión. No había tiempo ni para esa ducha mañanera, que tanto necesitaba para dar pistoletazo así a sus jornadas laborales anteriores. Hoy era el día, hoy comenzaban sus vacaciones. Sus anheladas vacaciones. Nunca se había vestido tan rápido, ni había volado de un salto tan entusiasta, por encima de las escaleras de su piso de soltero. En el taxi recordó, lo que se suele olvidar, la pasta de dientes, el bañador, y esos pequeños detalles que hacen de esos días aun momentos más excepcionales. El tráfico parecía arrastrar a nuestro amigo, hacia un retraso equivalente, a pasar esos 15 días en Madrid, mientras el dichoso taxímetro subía y subía la tarifa del traslado. ¡Qué sensación más horrible! Esa carrera contrarreloj tocaba a su fin, pero la cola del mostrador de aquella desafortunada aerolínea, hacía presagiar un final desastroso. Llegado su momento, el pasaporte. ¿Dónde habría metido el dichoso pasaporte? Delante de él, cerraron el vuelo. Su vuelo. Y allí acabo una carrera desmesurada por perseguir un sueño lejos de esa ciudad, a veces cargante e incluso a veces inerte. Se apago la fe, como aquella pantalla anunciando que el vuelo ya había embarcado. Camino de nuevo a su casa abatido y sin ganas de nada, solamente de llorar, de nuevo en el taxi, una última hora gritaba desde la radio, una noticia. El vuelo destino a esas islas y procedente del aeropuerto internacional de Madrid, había sufrido un fatídico accidente y aun no se conocían el número de víctimas pero se presagiaba lo peor. Un toque leve en el hombro del taxista pidiéndole por favor, que apagara la radio, fue la última acción de nuestro amigo antes de echarse las manos a la cara y dar las gracias a ese despertador apagado. ’’

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