sábado, 26 de julio de 2008

Mi pequeño Macondo

Os voy a contar una historia, como abuelo con nieto en regazo, como si fuera verdad, como si nunca nadie me lo hubiera contado… empecemos.
En este lugar se entra descalzo, y hacer ruido no es precisamente aconsejable.
Todos tenemos la llave de la puerta, a veces colgada de llaveros serios y simples, y también de llaveros más coloridos y simpáticos.
Vivo allí, allí donde muchos tienen acceso y pocos me visitan en mi descanso dominical o en mi manera de ver las cosas.
Es un mundo donde la naturaleza y el cielo viven en sincronía imaginaria y donde los animales bailan la música de la banda sonora de nuestras vidas.
He nacido allí y también he muerto en su frontera, reconozco que como una estupida ley de extranjería, le pongo muchas pruebas para no perder nunca jamás lo que tantas veces he perdido.
Llueve y a veces hasta nieva… pero se nos sigue quedando la cara de tontos, cada vez que sale el sol por una esquina, somos predecibles casi al máximo, pero siempre nos sorprendemos como una fiesta de cumpleaños.
Me despierto en ella y me duermo, soy una circunstancia, un bostezo de pareja en 1980, pero me gusta ser como me ha enseñado este lugar. He criado pájaros de todos los tipos, había uno que no volaba y le quise mucho pero jamás voló y no pudo seguir a los demás, se quedo en su jaula, aburrido… moría el gorrión triste como el de Serrat.
Todos los días, me siento en mi cama y salgo de mi mundo imaginario, y pienso que le debo de dar las gracias a alguien, y sin mas dilación se la doy a todos mis amigos/as que estiran por detrás mía, ese precioso decorado que es donde vivo únicamente feliz y deseoso de poder devolver este sentimiento, os escribo.
Desde mi felicidad, os doy las gracias y brindo por los cambios y las etapas que se cierran con abrazos.

Gracias.

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