En uno de esos antiguos cafés del centro de Madrid donde nada vale mas que el murmullo
de sus conversaciones ancestrales, sobre viejos libros y sobre algun que otro amor olvidado
de otoños amarillos. Alli suelen reposar ellas, desde que entran con sus abrigos de bison y sus capas casi arcaicas y oscuras, hasta que dan por finalizado su mal oliente pitillo en el borde de sus arrugados dedos en sus arrugadas y esqueleticas manos.
Se sientan y observan, aunque no sepa el que...hablan mientras toquetean sus pitilleras de falsa plata, e incluso leen revistas de antiguedades para encontrar cosas de su tiempo, saborean con sus papilas desgastadas de tanto vino viejo y tanto amante de juventud, un café... un solitario café, que tambien se pregunta un ''porque''... ¿porque un café?
Charlan y raramente sonrien, son como la bruja del cuento pero con lujos y serenidad, asustan.
Por lo menos a mi, que como dice aquel amigo mio, soy eternamente joven y aun me asustan esas viejas antipaticas que mueren en esos asientos de cuero rojizo ennegrezido en el humo que habita del café de esa calle de Madrid.
¿En que pensaran esas jilipoyas? A las que la crisis las importa un comino y a las que su adorable nieto visita cada domingo despues de comer en sus coches lujosos ,en sus casa desiertas de sonrisa y felicidad. Esa burguesia barata me mata y me consume, pero la diferencia entre mi muerte y la suya, ''fecha''.
Soy tan raro y tan espiritual que a veces pienso en tirar una silla contra la cristalera donde se esconden y joderles su café y sus charlas politicas retroactivas sobre franquismo o incluso sobre socialistas asustados. Algunas incluso seran habaras y egoistas ahorradoras de pesetas, pues pueden hundirse en su carcomido suelo de su 5º piso de la calle Goya, que mientras me quede voz y ganas de escribir... siempre seran jilipoyas.
Para Cristina, que piensa igual que yo y que me brinda tantos momentos de sonrisa con sinceridad y amor.
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